viernes, 14 de agosto de 2009

Dormir acompañado

De vez en cuando el destino te sorprende con un bonito regalo envuelto en un cuerpo humano. Un ser que se ajusta a tus gustos personales, se acopla contigo en el sexo y que, además, parece tener un sentido de la existencia parecido al tuyo. Cuando conoces a una de esas personas llegan las preguntas, los comederos de cabeza, pero la gran cuestión sería: ¿Qué hacer cuando la vida te ofrece un resquicio de felicidad amorosa?

Cristo Rodríguez

La respuesta es, sin duda, correr. A priori, y viniendo de mi, esa respuesta puede ser estúpida. Pero, aún sin darnos cuenta, es el camino que usualmente tomamos. Llevados por las circunstancias, quizá por nuestros miedos, nos alejamos del bienestar amoroso lo más posible. Aunque, para ser sinceros, de lo que realmente andamos huyendo es del futuro malestar que produce el desamor.

Dejando eso a un lado, la sociedad, en la que andamos metidos, premia los éxitos profesionales y sociales, pero no los amorosos. Normalmente es difícil para el ser humano, adsorbido por el capitalismo reinante (afortunadamente no es todo el mundo), tomar decisiones que lo beneficien sentimentalmente. Hoy día uno procura acumular muchos bienes materiales porque es lo que se “debe” hacer. Eso, nos dicen, atraerá a la mejor “presa” amorosa hacia nosotros y nos asegurará un futuro sentimental saludable y placentero. Pero ¿No nos aleja esto mucho más de nuestro AMOR?

No hace demasiado tiempo dejé escapar a una de esas personas maravillosas que se cruzan por el camino y que te cambian la vida, por esos motivos de superación profesional y social. El vivía en Barcelona y yo en Madrid. En ese entonces no estaba dispuesto a mudarme de mi lugar de residencia, tenía muchas expectativas profesionales puestas en la Capital y no quería renunciar a ellas. Para no verter más palabras (justificándome), resumiré diciendo que, de todo lo que pensaba conseguir en Madrid no conseguí nada. Si bien es cierto que he hecho muchas otras cosas, estas actividades que he acabado realizando, no fueron los motivos por los cuales renunciaba, en esos días, a esa bella persona.

Encuentros

Pues bien, el sabio destino la juega de nuevo y pone frente a la cara (para dar una buena bofetada) situaciones parecidas. Recientemente, tras un estreno teatral, un compañero actor llevó a uno de sus mejores amigos para que fuese testigo del debut de nuestra futura compañía. Tras el estreno fuimos a tomar una ronda de merecidas cañas postactuación, las cañas se convirtieron en mojitos y los mojitos en cervezas en mi casa. Allí terminamos una amiga mía, mi compañero de teatro, su amigo (“B”) y yo a las cuatro de la mañana. Las miradas entre “B” y yo fueron constantes durante toda la noche. Desde el momento en que lo vi me impactó. El chico posee unos ojos grandes, que se apoderan de su rostro para darle una vivacidad cómica, en los que te puedes zambullir sin temor a partirte la crisma. Esos ojos que me escrutaban durante la noche y a los que yo miraba fijamente de vez en cuando, salieron de mi casa (sobre las 6 de la mañana) al igual que habían entrado, alejándose de mí. Posiblemente para siempre. El domingo había una nueva cita con el grupo para ensayar pero me fue imposible asistir, no estaba de humor. Lo peor de no asistir a esa cita fue no volver a ver a “B”, ya que a lo mejor alguno de los dos se hubiese atrevido y hubiese hablado con el otro. Así terminó todo.

Pero como las nuevas tecnologías son maravillosamente geniales y cumplen con su objetivo de encontrar a la gente, allí estábamos los dos, mejor dicho, nuestros perfiles. Facebook fue el canal y nosotros los que hilamos la red para cruzar de nuevo nuestros destinos. Y el hado, con nuestra ayuda claro, nos llevó hasta donde lo dejamos la última vez. Para empezar unas cañas en la plaza 2 de mayo, después mi casa de la calle Velarde, de nuevo la vergüenza y el no saber que hacer y finalmente “el paso”. Una maravillosa noche en la que el sexo volvió a ser torpe, como las primeras veces. El intento de adaptación del uno al otro, dar placer a la otra persona, además del propio, como lo más importante. No simple sexo, más que eso. Dejarse hacer parecía la tónica general. Dejar el sexo en manos el otro, abandonar el cuerpo al deseo del otro para, ligeramente, deponer el alma y el corazón cada uno en el otro.

Despedidas

El niño transparente, como se llama él mismo, se convirtió en mis brazos en el niño de cristal. Su piel “inmensamente” blanca, sus ojos de aspecto vidrioso, el cuerpo elástico y delgado, el vello rasurado y el alma quebradiza. Suspiros, besos, deseo, pasión, abrazos y una vigilia obligada por la pulsión sexual y el no querer asumir la partida mañanera. “Era el ruiseñor, y no la alondra, lo que traspasó el temeroso hueco de tu oído”, esa era la frase que parecía que iba a salir de nuestras bocas al ser perturbados por el sonido del despertador a las 6:45.

Resignados y con la decisión, tomada de antemano, de continuar con nuestras irremediables (¿?) vidas sin dar lugar a un posible “algo”. Avanzamos los minutos siguientes hasta despedirnos en la calle. Cada uno con un “camino” diferente.

En nuestros planes futuros “B” trabajará durante todo el año haciendo bolos por España con su grupo de teatro. Yo marcharé a N.Y. sin necesidad de volver ya que no hay nada que me ate a este país. ¿Nuestra historia...? Nuestra historia seguirá vagando por el espacio virtual y puede que en algún que otro relato. A la pregunta: ¿Qué hacer cuando la vida te ofrece un resquicio de felicidad amorosa? Se le impone una nueva respuesta ¿¿Correr??

1 Comentário:

Anónimo dijo...

Toda una declaración de principios (y finales). Sí señor! :-)

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