miércoles, 25 de noviembre de 2009

Barreras, barreras

Mi compañero de piso tiene una ducha anal. No una pera de las que se llenan de agua. No una de esas que tienen un tubo que te introduces por el ano, una vez lleno de agua, y al apretar llenar tu culo del “líquido elemento” para que quede bien limpio. No un objeto sexual que puedes guardar en tu cuarto. Mi compañero de piso tiene una ducha anal unida al grifo de la ducha. Un objeto que me mira cada mañana cada vez que quiero darme un baño.


Cristo Rodríguez


Se podría decir que Nueva York es la ciudad de la contención. Las manifestaciones de personas son contenidas en la calle con barreras, si bien es cierto que la gente se manifiesta cuando y donde quiere, es curioso ver a decenas de personas que andan en circulo, en un área restringida de la acera, con pancartas y profiriendo consignas a voz en grito. La ciudad intenta contener la temperatura del subsuelo con tanques de nitrógeno líquido ubicados en los lugares más calientes de la ciudad. Otra medida para el calor, menos efectiva pero sin duda más económica, son las chimeneas naranjas tan típicas de esta ciudad. En cuanto a la gente, el “ayuntamiento” no tiene que hacer nada por controlarlos, ellos parecen saber poner sus propios límites.


Hablando con un amigo le pregunté si en NY había algún local que tuviese cuartos oscuros. Para aquel que no lo sepa (entre ellos mi amigo), un cuarto oscuro es un lugar donde uno se introduce buscando puramente sexo con cualquier desconocido que seguirá siendo un desconocido, cuando el encuentro termine, debido a que en dichos cuartos no hay nada de luz, de ahí su nombre. Este tipo de lugares son típicos de diversas discotecas y clubs repartidos por toda la geografía europea. La respuesta de mi amigo fue contundente, “eso es de enfermos, en NY no tenemos esas cosas…” Yo me quedé, como diría mi madre, a cuadros. Y proseguí con la siguiente pregunta: ¿Y saunas? ¿Ya sabes sitios dónde vas, no tienes ropa y puedes hacer sexo con la gente? Su cara iba contrayéndose cada vez más y negaba con la cabeza sin atreverse a articular palabra.


¿Cómo es posible que un tipo que tiene fotos de su polla en Internet se sorprenda cuando yo le hablo de cuartos oscuros? ¿Cómo uno puede comprender que un chico que me abrió las puertas de su casa sin saber quién podía ser yo pusiera esas caras cuando yo le hablaba de saunas y cuartos oscuros? ¿Cómo un tío que me chupó la polla el primer día hasta tener dentro de su boca y saborear todo mi jugo podía sorprenderse con mis pregunta?


Ahora resulta que la vieja Europa está enferma. Desde luego, la doble moral victoriana sigue en USA tan viva como el primer día. Uno puede ser una verdadera puta en su casa, pero nunca en lugares públicos. Es cierto que en las páginas de contactos europeas es posible encontrar gente con fotos de todo tipo, pero también es cierto que lo que se puede ver en los estados unidos es mucho peor. Esta gente puede poner una fotografía metiéndose miles de vegetales por el culo pero, por supuesto, nunca pondrán su cara, lo dicho, todo de puertas para adentro.


Quizá sea cierto que en “la vieja Europa” estamos enfermos. Pero, por el momento yo no me he topado con nadie que tenga en su baño un objeto metálico que se mete por el culo para que quede bien limpio. A mi me parece muy bien, mi compañero seguramente es la persona más aseada del planeta y para los tíos que se lo follen seguro que es una gozada encontrarse con un culo tan higienizado, pero ver eso cada día para mi es un poco, cuanto menos, confuso. Normalmente la gente tiene en su cuarto un objeto que puedes comprar en cualquier “sex shop” y que tiene la misma función, pero no es el caso de mi compañero. Si bien, yo lo asumo con deportividad y sin poner caras raras. Será que los europeos somos más libres y tenemos las mentes más abiertas, dentro y fuera de casa…

sábado, 14 de noviembre de 2009

Cambiando hasta la forma de sentir

Cuando llegas a un nuevo lugar, todo en tu vida se vuelve completamente desconocido. Muchas veces hasta nosotros mismos somos un ser diferente con el que tenemos que aprender a tratar a diario para no volvernos locos.


Cristo Rodríguez


Después de un tiempo pululando por la gran manzana me he dado cuenta de que, al igual que mi exterior, mi interior también se está renovando y está comenzando a vivir sensaciones nuevas nunca antes exploradas.


Aquí he tenido que aprender un montón de cosas nuevas. Esas pequeñas cosas que hacemos cada día sin darnos cuenta, pero que cuando son diferentes se vuelven actitudes totalmente nuevas. No sólo estoy aprendiendo a hablar, de nuevo, sino que he tenido que aprender ha hacer cosas tan simples como “tirar de la cadena” del baño. La mayor parte de los servicios de esta ciudad tienen instalados en su interior un modelo de cagadero que alguna vez tuvo cabida en España. Me refiero a esos que no tienen tanque de agua porque el depósito es la taza misma. Ese tipo de váter en el que cuando cagas la mierda queda flotando peligrosamente cerca de tu culo. Pues bien, en estos extraños inodoros es difícil tirar de la cadena debido a que si no pulsas en la dirección correcta y el debido tiempo no se vacían completamente quedando, de esta forma, un lindo regalito para el siguiente usuario.


La lección del móvil también ha sido importante. ¿Cómo comprar un teléfono de prepago y no morir en el intento? Si bien en España contamos con empresas tan “prolíficas” como The Phone House, en la cual puedes comprar cualquier terminal con contrato o prepago, en la ciudad de los rascacielos no conocen esas moderneces. Aquí sólo algunas tiendas, propias de cada marca T&T o Tmobile, tienen un pack exclusivo de prepago a un precio cerrado.


Cómo saber cuanto pagas por tu comida en un restaurante de comida rápida también es algo que hay que aprender. La mayor parte de los carteles tienen una cifra, ese numerito se refiere al número de calorías que tiene la comida que pretendes pedir y no al precio. Y en otra multitud de ocasiones el precio es uno pero la cantidad que te cobran otra distinta ¿por qué? Pues bien, porque en esta ciudad las taxas no tienen porque aparecer en el precio referido. Locuras de la capital capitalista por excelencia.


Pues bien, en medio de esta maraña de novedades, los sentimientos tampoco podían estarse tranquilos. Por lo menos los míos. Nuevos conocidos, nuevos amigos, nuevos sex-amigos, nuevos compañeros y por supuesto nuevos amoríos. Todo eso y más es lo que me depara esta ciudad. Yo, al igual que la letra de una canción interpretada por la chilena Myriam Hernández (y seguro que por una legión más de melancolicantantes), entre dos hombres vivo dividido. Mi vida entera ha sido así y no creo que vaya a cambiar ahora a estas alturas. Siempre ando con más de un romance a la vez y así me va… Entre todas estas novedades se han cruzado en mi vida un negro, que parece sacado de una película X, y un neoyorquino, con padres italianos, que lo único que tiene de especial es una linda sonrisa. En cualquier otro momento de mi vida estaría hecho un completo lío, pero como todo es nuevo ahora pues no me planteo nada y sólo vivo y disfruto la situación y punto. Así de nuevo me estoy volviendo. Sin absurdos sentimientos de culpabilidad y sin cumplir promesas que aún no han sido efectuadas. De esta forma, cual Meredith Grey, ando por la ciudad teniendo citas con uno y otro. No en un ejercicio de comparación sino simplemente dejándome llevar por las nuevas situaciones que me ofrece esta ciudad.


Aunque lo nuevo siempre acaba pareciéndose a lo antiguo. Por eso en algún momento esta situación tenga que tomar un rumbo conocido y deba decantarme por uno u otro candidato (o conocer uno nuevo y olvidar a los dos) debido a que, a pesar de lo grande que es esta ciudad, tan sólo 15 calles separan a mis dos amantes. Y yo, como no podía ser de otra manera, me encuentro entre ambos. Una situación metafóricamente graciosa, sin duda. Otra posibilidad, sin duda, es disfrutar a duo, o mejor dicho a trío, de mis dos amantes. Eso si que sería habrirse a una nueva forma de ver y entender las relaciones. ¿No?

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Pon un negro en tu vida

Después de algunas semanas sin postear, debido al ¿final? de mi ajetreada vida en Madrid y a la multitud de despedidas a las que he tenido que hacer frente, aquí va una nueva sesión, esta vez desde el “centro del mundo”. Nueva York es la ciudad que me acogerá durante los próximos meses y, como no, será el escenario de mis cavilaciones…


Cristo Rodríguez


La ciudad de los rascacielos no ha perdido un ápice del racismo que cubrió USA años ha. Sólo que ahora está más encubierto. Si bien Nueva York se ha convertido en una ciudad cosmopolita donde todos tienen cabida, vasta salir a la calle para darse cuenta de cómo funcionan las cosas. Mientras que miles de blancos cruzan la calle a toda prisa con su café caliente en la mano, miles de negros les esperan en las puertas de sus lujosas oficinas o sus impresionantes apartamentos o conducen sus coches de infarto.


Quizá es una impresión precipitada, ya que sólo llevo dos días en la ciudad, pero, por lo que he podido ver, aún no he visualizado ni un solo blanco en ninguna portería de esta ciudad. Esta “supeditación” del hombre negro se mantiene desde casi la fundación del país, antes recogían algodón y se dejaban manosear y pisotear por el patrón, ya que no tenían alma, y ahora se dedican a abrirle las puertas del lujo para quedarse con las migajas. Poco ha cambiado la cosa.


Aunque en la ciudad de la ostentación y del “todo vale” no podía faltar el toque chic. La avenida Madison entre la calle sesenta y algo y la ochenta y algo tiene la mayor aglomeración de tiendas de lujo que haya visto en mi vida. Por supuesto, cada tienda tiene su particular “portero”. Un chico, generalmente guapo, que te da la bienvenida y te adentra en el mundo de glamour, riqueza y placer que ofrece el lugar. Evidentemente este maître de la opulencia tiene la piel de un cierto color chocolate con leche.


Quizá sea porque a veces soy prejuicioso, porque tanta luz me ha cegado y no he visto bien el color de su piel, porque hay mucho negro en esta isla o porque realmente tengo razón, lo cierto es que esta ciudad tiene empleados a gran parte de sus “afroamericanos” en trabajos de “sirvientes”.


Lo cierto es que después de pasear entre tanto lujo, de pasar delante de tantos edificios carísimos y de comer tanta fat food, mi cuerpo me pedía estar con alguien con un poco de color. Y yo, ni corto ni perezoso, me he abierto perfiles en todas las páginas habidas y por haber y he contactado con alguno.


Después de largas conversaciones, más que nada porque mi inglés es pésimo y tardo mucho tiempo en escribir y descifrar lo que me quieren decir, he conseguido saber que uno de los preciosos chicos de ébano vive cerca de donde me estoy hospedando. Con lo cual, con la gracia española que me caracteriza (de vez en cuando claro), le he soltado un “I am horny men”. Yo no se como me sentaría a mi si un tío me suelta “Estoy caliente hombre”, quizá lo mandaría a tomar por el culo (con otro claro), pero aquí en EEUU debe sonar muy bien porque en el siguiente mensaje me ha pasado su dirección y una hora de contacto.


En un periquete me he plantado allí, no sin antes dejar algún anzuelo, en forma de mensaje, para los próximos días. Un timbrazo ha sido suficiente para que el “georgeus men” me abriese las puertas de su casa sin preguntar si quiera quien era, debe ser que aquí no conocen el cuento del lobo y la oveja.


Una vez en su casa hemos hablado, poco, y le he explicado, en mi patético inglés, que soy de España, que estaré en la ciudad tres meses, que llegué hace dos días, bla, bla, bla… Lo que llevo contando dos días vamos. Después de eso me ha invitado a sentarme cerca de él y ahí ha comenzado el tomate o, mejor dicho, la chocolatada. Yo, que cada día ando más blanco, el, que más negro no se puede ser, y nuestro respectivo “licor del amor”, por utilizar un eufemismo no muy manido.


Al concluir nuestra sesión “ká-li-ente” ha llegado la despedida en la que el chico parecía bastante interesado en volver a quedar. Me ha pedido por favor, y varias veces, que le mande un mensaje y que le diga mi número de teléfono, cuando tenga. Aunque aún no se si lo repetía tanto por interés o porque se dio cuenta que yo de inglés ni papa. El caso es que sé donde vive, que tengo su perfil almacenado, que me ha pasado su número de teléfono y que, después de tantos “disgustos” madrileños me apetece vivir la vida y descargar mi “licor del amor” con todos los hombres que se me crucen por delante, siempre que no tenga mucha pinta de español. De todas formas seguro que lo llamo para quedar otra vez pues no ha estado mal la experiencia. Además el chico “S” era casi una copia a mi pero en negro, la cara diferente claro, pero en general un cuerpo prácticamente similar y eso de visualizarte a ti mismo en otro color la verdad que da mucho morbo.


Y así, sin más ni más, de esa forma tan simple, yo, al igual que todos los pisos de lujo y las tiendas chic de la gran manzana, he puesto un negro en mi vida. El primero, pero no será el último…

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