miércoles, 21 de noviembre de 2012

El poder del NO


Es curioso como una simple palabra puede hacernos sentir tal bien o tal mal con nosotros mismos en función de si la utilizamos o no con respecto a nuestra necesidad y conveniencia.

Por Cristo Rodríguez

En tan sólo un fin de semana he podido experimentar en mis propias carnes lo bueno y lo de malo de decir o no decir NO a algo que no quieres hacer, bien sea por convicciones, deseo, necesidad o ganas. El viernes por la noche no quería salir, estaba totalmente convencido de ello, pero finalmente una llamada por teléfono me convenció, cambie de planes y salí a “disfrutar” de la noche en Oslo. He de decir que fue una noche genial, me lo pase como un enano y, hacía mucho tiempo que no me alegraba tanto de haber dicho que sí a algo que, en principio, no quería hacer. Esa misma noche se me acercó un chico con el que había hablado varias veces y me dijo que cuándo íbamos a quedar en privado y blablablá, yo le dije que si quería tomar un café un día era genial por mi, pero que poco más íbamos a tener, el me preguntó que porqué, que si no me gustaba y yo le dije que no. El sujeto en vez de aceptarlo tal cual me miró con cara de incredulidad y me dijo, ¿me lo estás diciendo en serio?, yo le dije que si y, por suavizar le comenté que no tenía que ver con que él no fuese guapo que lo era sino con que a mi NO me gustaba. Indignado se fue de mi lado y yo volví con mis amigos a seguir bailando feliz de haber sido capaz de ser sincero. No me preocupó hacerle daño porque no se lo hice en ningún momento, el chico en vez de sentirse herido por mi negativa se sintió en plan “como puede ser que YO no te guste a TI”, con lo cual ningún remordimiento vino a mi cabeza después.

El sábado por la noche salí de nuevo, lo llevaba esperando toda la semana porque, según mi parecer o convencimiento, al cambiar la hora, podríamos disfrutar, en esta ciudad en la que todo cierra a las tres de la noche, de un hora más de “marcha desenfrenada”. La cosa no fue así, a las tres fueron las dos y, por un día y sin que sirva de precedente, espero, todo cerró a las dos. Pero bueno, esto no es a lo que quería yo llegar. El caso es que, estando en mitad de la pista de baile me encontré con un viejo conocido, el cual vino hacia mi con bastante ímpetu. Durante toda la noche estuvo intentando bailar conmigo, tocarme, acercarse, a pesar de algunos de mis “necesito espacio para hablar”, “si sigues tan cerca no puedo moverme”, “no me toques tanto” y comentarios de esa índole. Yo creía que el chico se había dado por enterado de que yo no quería nada con el, aunque a su pregunta de “¿Te vas a venir conmigo esta noche?” Yo le contesté con un abierto “ya veremos”, pero cuando todo terminó (¡A las dos de la mañana!) el chico, tras una charla de apoyo moral de un amigo suyo, me siguió hasta la parada de autobús. Allí hablamos un rato, me dijo que le gustaba y yo le comenté que normalmente no me voy a casa con gente por la noche porque no me gusta cuando la gente esta bebida, a lo que, obviamente, contestó que él no estaba bebido. Unos besos en el cuello, un roce de cuerpos, cubiertos de mucha ropa, y una cara de deseo era la estampa que podía verse. Ante mi frialdad la situación cambio ligeramente, de tal forma que el comenzó a llamarme frío, creído y cosas por el estilo, a las que yo asentí con fruición. Parece que sientes mejor que nadie, ¿no? Pues sí, me sentía mejor que nadie, normalmente me siento así cuando salgo desde mi posición de abstemio de los últimos meses y de chico duro que no se va a casa con cualquiera por muy caliente que me encuentre, la posición que da el valorarse uno mismo. Finalmente llegó mi autobús, yo le dije, este es el mío, y el me dijo, no lo vas a coger, tu te vienes conmigo. Sí, sí, lo voy a coger, le respondí, si quieres algo de verdad ya te pones en contacto conmigo durante la semana, tomamos un café y ya vemos que pasa. Y así lo dejé, con su calentón, su opinión sobre mí persona y el frío que le tuvo que producir el irse andando y sólo a casa.

El domingo, como era de esperar, me encontraba de calentón, y el subidón de ego del sábado aun me ponía más caliente si cabe. Así que decidí quedar con un chico con el que llevaba hablando un tiempo por gaysir. Allí estaba el a las 22 de la noche de un frío domingo de casi noviembre en la puerta de mi casa. Desde el primer momento que lo vi sabía que no quería nada con el, pero con el frío que hacía fuera y después del viaje que había hecho de su casa a la mía, decidí dejarlo entrar y estuvimos hablando un rato. Al ver que la cosa no iba a ningún sitio se decidió a irse con un “bueno, y qué hacemos, ¿quieres dormir ya o qué?”. Por compromiso más que otra cosa lo besé, en cuanto se quitó la camiseta me reafirme en que el chico no me gustaba en absoluto. Aún así no sabía como parar la situación llegados a este punto, así que ahí estaba el haciéndome una mamada mientras que yo no quería mirarlo por la grima que me daba. Por suerte en menos de cinco minutos comiéndome la polla se corrió, llegándome un poco de su esperma a la pierna incrementando la sensación de malestar y suciedad que me invadió desde el segundo beso que nos dimos. Tras terminar, me pregunto si quería correrme a lo que apresuradamente dije que no, que estaba bien así. Sin decir mucho más nos despedimos, haciendo la despedida lo más corta posible e intentando disimular mi incomodidad, de la que el pareció no percatarse.

El placer y bienestar que el NO del sábado me provocó, se convirtió en triste decepción el domingo por la noche. Así de fácil, todo se derrumbó como si estuviera construido en polvo. Una simple palabra, un simple gesto, una simple actitud que tiene una respuesta directa sobre nuestro psiquis y estado de ánimo positivo o no dependiendo de si tomamos esa actitud, decimos esa palabra o esgrimimos ese gesto. Así de fuerte es el NO. Así de fuerte es sobre nosotros y los que nos rodean, pero no hay que olvidarse de algo muy importante, el primero que nos importa en primera instancia es siempre el Yo y el psiquis propio, si nos encontramos bien con nosotros mismos, podemos estar bien con los demás y eso nos devuelve más confianza y positividad aun. El NO no es fácil, el truco esta en entrenarlo y, a veces, flexibilizarlo un poco, pero sólo hasta un límite que no nos perjudique.

Yo en una fiesta

Lo de ir a una fiesta en casa de gente no es nada normal para mi, asiduamente no estoy invitado y cuando lo estoy, no puedo ir por motivos laborales, familiares o quizá, simplemente, porque no me apetece. Pero las veces que voy, normalmente acabo siguiendo el mismo patrón una y otra y otra y otra y otra vez…


Por Cristo Rodríguez

Hace unos cuantos meses me invitaron a la fiesta de cumpleaños de un amigo de una amiga.  Todos los participantes de la fiesta, excepto mi amiga, eran hombres y homosexuales, un cockteil explosivo sino fuera porque todos estaban o iban emparejados. Antes de la fiesta le comenté a mi amiga que me dijera quienes eran parte de los participantes, no quería yo encontrarme con alguien allí con el que me fuera a sentir incomodo. Sobre todo quería saber quien era el cumpleañeros, para comprobar si había tenido algún tipo de escarceo cibernético  o real con él. Mi sorpresa no fue no conocer al cumpleañeros, mi sorpresa fue saber que el cumpleañeros me conocía a mi. Con parte de la información en la mano allí me presenté, con mi amiga, el sábado por la noche. En principio había decidido no ir a la fiesta porque tenía que trabajar, pero finalmente me decidí puesto que no salí demasiado tarde del trabajo. Al llegar allí todos los ojos se volvieron a mi, fue una de esas pocas veces en la vida en que sabes que casi todos los que están en la sala desean echarte un polvo. No en vano, era evidente que mi amiga y yo éramos los únicos solteros de la sala, y teniendo en cuenta que mi amiga es una mujer, el único pedazo de carne de la sala que estaba libre y comestible era yo. La sensación, he de confesar, me encantó. De todos los posibles, había uno, solo uno que llamó mi atención, y hacía el dediqué mis esfuerzos durante parte de la noche.

En cierto momento me encontré, encantado, sentado entre tres hombres, cada uno de los cuales quería robar mi atención a los otros, y entre ellos sólo uno que me interesase, el uno del que he hablado en el párrafo anterior. Pero allí me encontraba yo encerrado entre tres, queriendo estar con uno y sin posibilidad de escapar. Mi mayor sorpresa fue cuando el anfitrión cumpleañero y marido del dueño del piso dónde nos encontrábamos me confesaba hasta el hartazgo cuanto le gustaba, desde cuanto tiempo y como me seguía de camino a mi casa algunos días que me veía por la calle. Una situación bastante incómoda de la que salí por la tangente.



De repente el que me gustaba salió fuera del piso mirándome y yo lo seguí Así de simple fue para mi repetir mi patrón de actuación en las fiestas gays caseras. Allí, en mitad del pasillo a los ojos de todas las mirillas de la planta, estábamos él y yo comiéndonos a besos, sin poder detener las manos que rozaban todo lo que decentemente se puede rozar y se introducían donde la decencia comienza a perderse. Yo antes de ir a la fiesta previne a mi amiga sobre mis acciones en las fiestas, “yo siempre que voy a una fiesta gay, acabo con alguien en el baño comiéndole el nabo”. Así que, para ser fiel a mi mismo allí y a mi patrón dejé correr mis instintos primarios. Allí estaba yo comiéndole la polla a un cubano en el pasillo de un edificio junto al rio Aker en Oslo a muchos kilómetros de nuestras países y muy cerca del que me acababa de confesar que estaba loco por mi, ¡su amigo el cumpleañero! El mismo que minutos después salió y nos encontró en el pasillo recomponiendo nuestras ropas. Su cara fue igual que la de alguien que descubre que su pareja le engaña. Yo, no sabia que papel jugaba, si el de la pareja o el del amante. Con cara de culpabilidad el cubano y yo, y con cara de cabreo el cumpleañero volvimos al piso. El cubano, al cual su novio-amante-marido estaba esperando en casa, se fue no mucho después del percance, dejándome a mi con las ganas de llevármelo a casa y al amigo con la impotencia de no poder cantarle las cuarenta en unas horas cuando se encontrase un poco más bebido.

Mi amiga y yo nos retiramos los últimos de la fiesta. Sin ningún pudor, porque a mi no me pilla esto de nuevas, porque tal y como le dije a mi amiga, yo tengo experiencia en estas lindes. No en vano, no era la primera vez que me encontraba en mitad de una fiesta, comiéndome la polla a alguno de los asistentes y quizá, con suerte, tampoco será la última…

jueves, 9 de agosto de 2012

¿Y ahora dónde coño estoy?


El amor. Esa palabra tras la que muchos pasamos corriendo toda nuestra vida. ¿Pero es esto así? ¿Corremos, en una carrera desenfrenada, a lo largo de nuestra vida buscando el amor? ¿O corremos buscando algo que no tenemos ni idea de lo que es?

Por Cristo Rodríguez

Durante gran parte de mi vida, y de este blog en concreto, he dicho muchas veces ir buscando EL AMOR, no un amor cualquiera que rellenase mi vida con dulces y caramelos, no ese no el otro, el grande. El caso es que, de un tiempo a esta parte, cada vez que pienso en tener una relación estable con alguien en concreto, el ligue de turno por ejemplo, me entran unas horribles ganas de vomitar. Así, sin más, no importa lo maravilloso que ese alguien sea, mi estómago comienza a revolucionarse y empiezo a sentir una sensación extraña en mi garganta, algo así como si unas pequeñas manos internas la estrujasen desde dentro. No me cuesta respirar ni nada de eso. Lo único que me ocurre, con esas ideas de formar una pareja,  es que estoy a punto de vomitar. Con lo cual, para no acabar echando por la boca los maravillosos platos de comida que me meto entre pecho y espalda últimamente, tengo que parar de pensar en ese ligue de turno como una futura pareja.

Esto me ha hecho recapacitar últimamente. Yo, que durante tanto tiempo he perseguido de forma enfermiza, o casi, el amor, me encuentro ahora inhabilitado para ofrecer o tomar parte del juego amoroso. ¿Será que nunca he querido eso en realidad?

Desde pequeño las imágenes de familia perfecta nos invaden allá dónde vamos. Incluso algunos famosos pretenden convencernos de que la familia perfecta existe. Últimamente, y con motivo del movimiento reivindicativo gay a favor del matrimonio homosexual, se nos está incluso vendiendo la perfecta imagen de familia homoparental. Pero, hasta la fecha, yo no he conocido a un matrimonio perfecto en mi vida, más allá de las películas de Hollywood o de las maravillosas postales fotográficas que algunas campañas publicitarias y revistas nos ofrecen. Todas las parejas tienen algún fallo. Todas las parejas que he conocido, hasta las que parecen más perfectas, tienen un resquicio de imperfección visible, que si rascamos con perseverancia se nos muestra una gran montaña de imperfección. Aún así, los medios, nos hacen crecer con la idea, y desgraciadamente el anhelo, de la familia perfecta. ¿Será eso lo que vamos buscando? O peor aun, ¿será eso lo que YO voy buscando?

Cuando era bien pequeño una idea fija fluía libremente por mi cabeza, “no me voy a casar nunca, voy a ser una persona que disfrute vagando por el mundo, descubriendo nuevas ciudades, personas, culturas…”. Con el tiempo esa idea fue siendo emparedada en el muro más interno de mi cabeza por bellas imágenes disneynianas de familias perfectas. El caso es que esa idea de niño ha seguido ahí en mi cabeza durante años, creándose así, sin yo enterarme (mucho), un ser psicopático que a la vez que quería ser libre se empeñaba en buscar el amor y mantener una relación, y así, ninguna de las dos opciones me hacen hoy completamente feliz.

A pesar de ser, en cierta medida, el chico que cuando era niño quería ser, no me siento completo estando en soledad. No se si es por influjo de la cultura de la perfección o si es porque en realidad las personas necesitamos estar acompañadas, por alguien especial, que se encuentre a nuestro lado en el camino. Aunque esta relación este bien lejos de la perfección.

Por ahora, y para no volverme loco, creo que me quedaré con el amor superficial y volátil que ofrecen las relaciones cortas, cosa que últimamente parece satisfacerme mucho más. Tener unas cuantas parejas a la vez, con las cuales ir al cine, cenar, pasear por la ciudad, tomar café y, por supuesto, practicar sexo. Un sexo que cambia constantemente a la vez que las parejas con las que dicho sexo se practica. Eso sí, siendo en todo momento sincero y claro con dichas parejas. Nadie tiene derecho a “joder” la vida de nadie de forma gratuita.

martes, 7 de agosto de 2012

De cuando el sexo era por placer...


Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que practicar sexo era una búsqueda de placer constante. Luego esa búsqueda se enturbió con la llegada del amor y con la perdida de el. Después del amor llega el momento del desfase sexual, lo único que uno necesita es sentirse “querido” de nuevo, pero esa etapa pasa rápido y más rápido aún cuanto más mayor es uno.  Tras esta fase se entra en la normalidad y se vuelve a disfrutar del sexo, pero, por desgracia, esto no ocurre en todos los cosas ni con todas las personas.

Por Cristo Rodríguez

Llevo mucho tiempo sin escribir, lo sé. He estado, aún sigo estando, muy ocupado conociendo las diversas oportunidades sexuales que ofrece esta ciudad. También estoy enfrascado en la búsqueda de trabajo, que todo no puede ser follar, comer, dormir y disfrutar. Pues en el transcurso de este tiempo, que ha pasado desde que no escribo, he conocido/descubierto a varias personas. Algunas de ellas me han gustado más otras menos y viceversa. El caso es que hay uno de ellos a los que yo le he gustado un poco más de lo debido, en el terreno sexual me refiero, y, por lo tanto, no para de requerir mis servicios a través de mensajes de texto, llamadas y diversas páginas de contactos masculinas.

Cuando hablamos todo se sumerge en sexo, de él emanan solamente comentarios sexuales, habla sobre mi entrando en él, habla sobre cuanto me necesita dentro, de cuanto le gusta mi pene, de las cosas que haremos y desharemos… Eso no esta mal sino fuera por que esta persona en cuestión, llamémosle “O”, necesita tener mucho sexo porque está siempre caliente, se masturbarse varias veces al día, su record está en siete y subiendo. Algo que yo no puedo, en mi situación actual de treintañero sin una estabilidad ni física ni psíquica, satisfacer. Con lo cual mi nivel de agobio es, quizá, entendible.

Cuando quedamos tengo la sensación de que tengo que dar la talla, debo estar a la altura que un onanírico empedernido merece. Y esto hace que el sexo para mi no sea ni placentero ni divertido ni nada (mi cara se entristece). Entre otras cosas.

“O” tiene la necesidad de tenerme dentro de su cuerpo. Eso quiere decir que EL quiere tenerme dentro de su cuerpo, con lo cual es EL quien quiere manejar toda la situación algo que para mi no es muy placentero, normalmente. “O” me tumba sobre la cama, me succiona un rato, me coloca un condón y se introduce mi pene sin miramientos. Así, como si yo no fuera más que un muñeco, o peor, un dildo, que el utiliza para su placer personal ¡¿Y qué pasa conmigo?!

Pues eso, ¿qué pasa conmigo?, pues yo sigo quedando con él y dándole el placer que puedo y, a su vez, procuro obtener el máximo placer posible. Pero el esfuerzo es sobrehumano y, a veces, arrancarle un trozo de placer a la bestia onanírica y engullona no es tarea fácil. Ahí es cuando me acuardo de que el sexo solía ser placentero.

Ahora estamos en el punto en el que él procura quedar conmigo y yo me busco alguna mala excusa para no quedar con él. Mis esfuerzos no se ven muy recompensados porque él tiene tantas ganas de mí que siempre encuentra el momento para verme y poseerse conmigo. Y a mi me faltan las escusas de vez en cuando…

Por  mi parte no se cual puede ser la solución, bueno sí, sólo se me ocurre que él encuentre otra pieza de caza mejor que yo y que me deje un poco de lado. Lo de terminar con esta “relación” no es  fácil, ya lo he intentado. Dos veces. Y no ha dado resultado. La primera, como suponía que él quería tener una relación seria, le dije que no sentía ni sentiría nada por él y que lo mejor era que no nos viésemos más. Su respuesta fue que no importaba, que mientras que tuviéramos sexo le parecía todo bien. En la segunda intenté por todos los medios encontrarle una pareja que casara con él mejor que yo. Su respuesta no fue mucho más positiva, ninguno le gustaba, con mi insistencia tan sólo conseguí que se abriese un perfil en otra página de contactos.

Por suerte, y a través de ese nuevo perfil, mi adicto amigo tiene una cita esta semana. Sólo me queda cruzar los dedos y encender una vela, cosa que no hago ni por mi, para que esta cita de “O” sea perfecta, se enamore, se case y tenga muchos hijos-perros-gatos-casas-tvdeplasma-mueblesdeikea-etc-etc con un pene más bonito, grande y perfecto que el mío.

P.D. Si leéis estos encended también una vela. Gracias.

miércoles, 25 de enero de 2012

¿Merecemos ser felices?

Esta es una pregunta al parecer estúpida, pero en estos días recorre mi mente. ¿Merezco YO ser feliz? No es la primera vez que me ronda esto por la cabeza y supongo que no será la última. El caso es que la primera respuesta que se me ocurre es que sí. Yo merezco ser feliz al igual que todos. Todos merecemos ser felices. Pero es curioso como mi respuesta y mis actos parecen ir en direcciones opuestas.

Por Cristo Rodríguez

Me explico más detenidamente. En mi vida, normalmente, tomo decisiones que me llevan a caminos que se que no me van ha hacer feliz. Quizá no lo sepa desde el primer momento, pero es algo que puedo llegar a intuir. En mi vida profesional he tomado muchas decisiones pésimas. Esto es algo que vemos con el tiempo pero, tengo que admitirme a mi mismo que de algunas de esas decisiones sabia perfectamente cual sería el resultado final. Esto nos lleva a otra preguntas ¿hay algunas personas que buscamos la infelicidad constantemente? Esto, como concierne normalmente al blog, nos lleva al terreno amoroso. En algunas de mis relaciones el final infeliz estaba cantado desde el principio, pero aún así yo me he lanzado a vivir esas relaciones, ignorando todas las señales y vulnerando todas las precauciones, para acabar, como era evidente, abocado a una seudo-depresión post-ruptura amorosa. La otra opción, en la que yo he roto la relación finalmente, me ha dejado en el cuerpo una sensación de “el malo de la película” que tampoco me ha dado la felicidad.Con lo cual volvemos a la pregunta inicial ¿merezco ser feliz? Y si la respuesta es sí. ¿Porqué elijo y me someto a decisiones que me hacen infeliz? Se me ocurren muchas repuesta y supongo que cada persona tienes las suyas propias. En mi caso el hecho de ser gay y haber escuchado tanto que “estamos enfermos”, que “somos raros”, que “los maricas no merecen ir al cielo (sumun absoluto de la felicidad eterna en una sociedad de educación cristiana como la española)” y tantas otras cosas más pueden estar detrás de el auto-boicot que me provoco asiduamente. En otros casos, algunos amigos y conocidos heterosexuales, las causas pueden ser otras muchas y variadas, y muchas veces estas causas no son tan importantes. Lo importante, según mi punto de vista es darse cuenta de cuando somos un obstáculo para nosotros mismos. Es importante captar cuándo somos nosotros los que intentamos arruinar nuestra propia vida y dejar de tirar balones fuera. Este es un buen paso hacia la felicidad eterna.

Al fin y al cabo los errores no están para no cometerlos sino para aprender de ellos. Y una de las cosas más maravillosas de la vida es seguir aprendiendo cómo somos y continuar creciendo.

En este momento de mi vida creo estar en uno de esos que podríamos considerar de boicot constante, aunque es algo que estoy reevaluando continuamente. Pero en este periodo de mi vida, creo que necesito este momento y que puedo aprender muchas cosas de mi. Hablo de boicot puesto que, en mi búsqueda del amor, la cual le da sentido a este blog (¿y a mi vida?), voy a una media de tres parejas sexuales (diferentes) cada semana. Un ritmo que mi cuerpo no va a poder asumir durante mucho tiempo, pero que, por ahora, me están ayudando a redescubrir quién y cómo soy. Quizá estos pequeños “amores fugaces” son lo que he buscado toda la vida… No creo estar en lo cierto en esto último pero, ¿qué puedo decirme cuando estos encuentros me sientan tan bien? A veces para encontrar la felicidad eterna es importante saber lo que se quiere, ya que muchas veces deseamos algo que alguien (familia, sociedad, televisión…) ha puesto en nuestra cabeza y cuando evaluamos lo que queremos en realidad no tiene nada que ver con nuestra idea primaria.

Esto último nos lleva a otra repuesta mucho más elaborada a la pregunta inicial. Una respuesta a la gallega “sí pero ¿qué es la felicidad para mi?”. Esa es la mejor respuesta que podemos darnos. A veces, aunque parezca absurdo, puede ser que nuestra felicidad se encuentra justo en lo que pensábamos que nos haría infelices. Y el huir de esa supuesta infelicidad es lo que en realidad termina haciéndonos felices. ¿Qué ocurre si lo que yo realmente deseo no es tener una pareja ni el amor eterno sino ir recibiendo un poco de amor de mucha gente diferente en pequeñas dosis a lo largo de mi vida? ¿Qué ocurre si en vez de termina mi vida al lado de alguien la termino al lado de mi mismo? ¿Es eso tan dramático? Desgraciadamente tengo que decir que NO. Eso no es tan dramático. Lo dramático es terminar tus días al lado de alguien porque tienes miedo de estar sólo, lo dramático es andar el camino de tu vida con alguien al lado por el simple hecho de tener miedo ha hacerlo sólo, lo dramático es tener que buscar la felicidad en otro porque no eres capaz de encontrarla dentro de ti y ser feliz contigo mismo.

Resumiendo: Sí, merezco ser feliz y quizá estoy, ahora mismo, más cerca que nunca.

jueves, 19 de enero de 2012

Cuando llega el final

Mi corazón esta repartido por distintas partes del planeta. Una de ellas esta aquí en Oslo, de hecho la ultima de ellas, pero otras muchas se quedaron en Madrid, Barcelona, Plasencia e incluso una pequeña en NY. No podría decir que alguna parte se quedo en Badajoz, exceptuando a mi familia, por supuesto, pero no es de eso de lo que va este blog, por lo menos el amor de y hacia mi familia es algo que no cuestiono en ningún momento hoy por hoy.

Por Cristo Rodríguez

Cada una de las veces que una parte de mi corazón se ha partido y se ha quedado con algunos de los hombres-nombres que considero importantes en mi vida, siempre he pensado lo mismo: no volveré a enamorarme así. Pero el caso es que sí, como bien dice Shakira en el prólogo de su canción “Tú” (de su disco MTV Unplugged) "siempre volvemos a amar". Solo se necesita tiempo para curar las heridas. Unos necesitan meses, otros años y para otros, como Florentino Ariza, protagonista de "El amor en las tiempos del cólera", ni una vida entera es suficiente. Pero por lo menos para él, todos esos años de espera culminaron con el resultado esperado.

En esas me encuentro ahora. ¿Volveré a amar? Aunque ya conozco la respuesta, lo cierto es que siempre queda la duda. Y otra duda viene de la mano, ¿seria él el hombre que he estado buscando? Y esa es la pregunta que más cuesta desterrar de la cabeza. Cuando no somos nosotros los que terminamos una relación, por poco buena que haya sido, siempre nos persigue ese fantasma. Hasta que, por fin, llega el día en que somos nosotros los que, en nuestro interior, por fin acabamos con la relación y por fin hasta esa duda se resuelve. Y sino siempre queda seguir viviendo y que sea el destino quien nos muestre la verdadera respuesta

Ante todas estas pregunta y muchas más, sólo queda una cosa, la más importante. Estar despierto a las pistas que la vida nos lanza y dejarse llevar por el océano que es el destino, con riendas sí, pero flojas. Dejando que los caballos de mar alados nos guíen por el que ha de ser nuestro camino.

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